Conversaciones de portería entre un vecino y su portero acerca de la voz y el canto, su relación con la persona y su actitud, y otras extrañas ideas que el portero tiene

1e.- De lo que Paulino piensa sobre el valor en el canto y cuánto importa la actitud a la hora de cantar

A veces la vida hace que el contacto con las personas no sea tan regular como pretendemos, y eso pasó con la conversación del portero y su vecino; vacaciones a París del segundo, solapado con la semana que en su pueblo pasó Paulino para ver a su madre enferma, obligó desplazar la esperada conversación a unos veinte días. Ese retraso es poco conveniente si se trata de mantener una conversación con la tensión adecuada, pero tampoco esto es una clase del cole ¿No? La cosa es que nuestros protagonistas encontraron otro huequito para hablar de su común inquietud.

Paulino.-…Pues Sr. Cifuentes, sobre lo que hablamos el otro día, sobre el miedo o el valor en el canto, le quería decir, primero; que como viene sabiendo cómo pienso, que todo es relativo. Que la misma idea puesta en práctica en cada individuo da resultados enormemente distintos, y si inculcamos a una persona impulsiva (o muy tímida, fíjese) la idea que el valor es necesario para cantar, puede terminar rápidamente con sus cuerdas vocales…
Mire, Sr. Cifuentes, le diré más acerca de la idea del valor en esto…Observe, observe bien a los cantantes…muchos de éstos tienen una actitud de “toreros” frente a la adversidad. Una adversidad que ellos creen, primero frente al público, y segundo, frente a la dificultad vocal que les atenaza. Yo he cantado con compañeros que temblaban en escena en cada momento, que para ellos era una batalla aterradora el acto de cantar en público. Sinceramente, prefiero trabajar en la más aburrida de las oficinas que sufrir cantando, pero que cada cual elija. Lo que le quiero decir con esto, es que la grandísima mayoría de los cantantes no dominan lo que hacen, es el miedo lo que les domina. Por eso siempre los vemos con ese rictus, esa tensión… Pues mire mejor, y verá que su inseguridad hace que tomen más aire que el que deben “por si acaso”, que fuercen más su voz, que canten más fuerte “por si no se les oye”, (ellos disimulan diciendo que lo dan todo cuando están en escena. Se engañan y nos quieren engañar) que hagan su timbre más dramático “por si no se creen que yo soy spinto o lírico-dramático, o barítono-verdiano, etc…” y se lanzan al ruedo con el valor de un mal torero; azuzados por la honra o esperando los vítores al final de la faena. No sienten la seguridad real de hacer correctamente algo, de dominarlo. Me adelanto a usted, Sr. Cifuentes, si me quiere apuntar que nunca un cantante se encuentra al 100% de sus posibilidades cada día, y es verdad, pero hablo de otra cosa. La inseguridad de la que hablo es una actitud, que la verá aunque sólo canten “La cena é pronta”, no hace falta esperar a verla en el “agudazo” de turno. Y oiga, que yo mismo en parte he sido así, que no se piense que lo he logrado vencer. Lo que hago es reconocerlo. No superar esa inseguridad fue una de las múltiples cosas que me hizo dejar de cantar, fíjese. Me resultaba poco honesto no llegar a cantar como debía cada vez que me plantaba en público. Que des a la gente un resultado tenso, falso y temeroso, es algo que todo artista debería evaluar, si en algo estima su trabajo. Pero claro, luego están las alabanzas al inflado ego, y no sé si peor aún, el dinero que conlleva eso, la fama… allá cada cual ¿Sabe?

Luis había permanecido callado todo el rato, tratando de seguir el extraño discurso, tanto por su forma -Paulino no era un orador nato- como por la óptica de su planteamiento- y fue ahora el vecino quien retardó unos segundos su respuesta. Realmente porque no esperaba intervenir, y le pilló desprevenido.

-Luis.-… Pues hombre, eso que dices…La verdad es que estaba pensando repasar algunos vídeos de cantantes por Youtube para ver esos esfuerzos, esa actitud de la que hablas...no lo había pensado…Yo, claro, siempre he achacado esa inseguridad al poco dominio vocal personal…no sé. Es algo de plantearse. Un tema de sinceridad y honestidad.

Era gracioso. Ahora Luis miraba al rinconcito de la biblioteca imaginaria del portal como si buscara algún librito de Paulino al que agarrarse-

-Paulino.- Verá Sr. Cifuentes que no hablo tanto de técnica vocal, sino de actitudes, la raíz de comportamientos. Considero que el acto de cantar es físicamente tan complejo, intervienen tantas cosas en nuestro cuerpo cuando cantamos que, simplemente, no podemos controlarlas de forma directa. El control de esa compleja maquinaria sólo es posible a través de una correcta actitud mental. Cuando me llegó esa idea yo era un “cuasi-científico” del estudio del canto, un “racionalizador”, y me pegó fuerte, me costó digerir el “temita”, la verdad. Emplear actitudes en vez de conocimientos prácticos obliga a una persona como yo a abandonarse, a perder un supuesto control, como creo que le podría ocurrir a usted.

-Luis.- Pues sí. Ya me contarás cómo se pone semejante cosa en práctica. Cómo se respira y se canta un pedazo de aria de Verdi con esas ideas. Vamos, que no lo veo… Pero ya le digo que voy a pensar sobre el tema. Me voy al “super”, Paulino. Hasta luego.

Y ahí se quedó el portero; en su rincón, con una milimétrica sonrisa, mirando su esquina. Ahora no revisaba libros, ahora recogía momentos vividos: instantes que su memoria atesoraba, escenas de descubrimientos y fatigas. Lejos estaban ya de su presente, pero presente fueron en algún momento que impactó en su ser y ahí se quedaron. Dejémosle un ratito a Paulino en su soledad, luego volvemos.

1d.- De la rara idea de abrir la boca para cantar y cual es la teoria del canto tradicional, según Paulino

-Luis.-Y qué fue lo primero que te hizo pensar que algo no iba bien, a ver.

Al vecino Cifuentes le entretenía tanta narración pormenorizada, pero en su estado actual, ligeramente ansioso de conocimiento, requería algo de “carnaza” técnica  Soluciones prácticas, vamos.

Paulino.-Pues mire, la primera cosa que descubrimos fue que en una ocasión una nota aguda mía sonó mejor cuando no abrí tanto la boca como acostumbraba al vocalizar. Eso me abrió la mente, y fue entonces cuando apliqué el concepto: -puede que lo que me hayan enseñado no sea cierto- a todo lo que había aprendido entonces, cambiando para siempre mi estudio del canto.

Luis.-No sé. A ver, explícame eso de la boca que dices ¿Cómo que no vas a abrir la boca para cantar?

Paulino.- No. No es que no la abra. Sencillamente, me percaté que abría la boca más de lo que la necesidad requería. La apertura era innecesaria y premeditada, antinatural, y eso impedía que la proyección hacia los resonadores fuese correcta. Después de varios ensayos y observaciones, comprobé que sólo hay una posición en la que la mandíbula inferior se encuentra realmente relajada, y es dejando los dientes separados tan sólo dos o tres milímetros. Dejar menos espacio, juntar los dientes, requiere uso muscular, y lo contrario; separar los dientes más allá del punto dicho, de la boca entreabierta igualmente requiere un esfuerzo, una tensión para mantener la boca abierta, añadiendo además tensión a la lengua y músculos de la garganta. Y llegar a esta conclusión abrió otras zonas de debate, porque significaban varias cosas importantes: Tenía que relajar , y más aún, NO HACER algo de lo que estaba acostumbrado, y que dicha posición cambiaba todo mi planteamiento de la respiración.Me sobraba aire.

Luis estaba ya moviendo la mandíbula con la boca cerrada, comprobando lo que Paulino había dicho, dejando relajada la mandíbula inferior, con cara de tonto.

Luis.- Pero así… ¿Cómo se puede cantar? Si no se puede articular las vocales... y además…uno se fuerza a la mínima que cante un poco fuerte, hombre

Paulino.- Es cierto, Sr. Cifuentes, es cierto. Así ni se articula bien y se destroza uno la voz si -y solo si- uno canta como se canta actualmente… Son muchas cosas lo que hay que explicar, todas relacionadas entre sí y no quiero mezclar todo, quiero darle un orden, pero todo me sale como un revoltijo… En fin. Mire, comprendí que la técnica de canto que nos han enseñado, y me da igual qué le han enseñado a usted- porque en el fondo más o menos todos enseñan lo mismo con algunas pequeñas diferencias-es realmente un sistema, una técnica, que aplicándola con cierta capacidad, cuidado, oído musical y suerte, funciona. Funciona en tanto en cuanto da resultados. Y es básicamente así:
A un estudiante  “virgen” vocalmente que quiera cantar, con ilusión, le haces vocalizar repetidas veces los mismos ejercicios, le inculcas la idea que hay que cantar con el diafragma, el estómago, etc., apoyando la voz aquí (se señala el estómago) que empuja los pulmones para cantar, y que hay que abrir la garganta para que salga el sonido, y que por lo tanto hay que abrir la boca para que suene mejor, y que ese esfuerzo debe ser proporcional a la dificultad vocal, y ese alumno progresará. Cada vez conseguirá más notas, cada vez por lo tanto tendrá más seguridad en lo que hace, irá coordinando los "empujes de su diafragma" con las notas y su boca bien abierta, y si tiene gusto y oído para controlar lo que sale de él, podrá adecuar el sonido a algo agradable y reconocible como canto de ópera. Así pues, es un sistema que haciendo los pasos necesarios, funciona. Todo esto se lo cuento de forma muy resumida y básica.

-Luis.- Si. Yo también he estudiado así. Con el diafragma, claro.

-Paulino.-A mí no sólo me enseñaron eso, sino que añadieron la idea de que cantar requería un esfuerzo extraordinario, y mas esfuerzo aún dado lo buena que era -es- mi voz, muy grande y brillante. No existía el concepto “no hacer nada”, tenía que esforzarme…Y así terminé, produciendo unos sonidos apabullantes, pero cada vez con menos fiato y olvidándome de identificar el resultado con  mi voz hablada -la natural- cada vez más.

-Luis. – Hombre, es que si no le echas huevos a la hora de cantar, si cantas “cagao” de miedo, estás perdido, macho…Y si no haces nada, si no le echas, como digo yo, “carne” a la hora de cantar, lo haces todo de garganta. No puedes cantar flojito, “amuermao” una cosa que exige tanto esfuerzo, algo tan difícil…

-Paulino.-Mmmm… ¡Buf, Sr. Cifuentes, ha dicho un montón de cosas en un momento, y todas discutibles! Pero me va a tener que disculpar, que a esta hora tengo que subir a regar el clavel de aire a la del quinto B. Lo siento de veras, pero es un compromiso.
Mire,como siempre en el canto, -Paulino se levanta de su puesto y se dirige al ascensor de museo, que empieza a producir una miríada de sonidos únicos al pulsar su botón- usted emplea un discurso de entrada-o de superficie- razonable, pero como siempre, usa términos tan subjetivos, que sólo son válidos si se determina cuál es la justa medida de éstos…De verdad, Sr. Cifuentes, me tengo que ir…Mañana hablamos de todo esto. Se lo prometo. Hasta luego.

1c.- De cómo afecta la conversación a Luis Cifuentes y porqué dejó el portero las clases de canto



Luis Cifuentes entra a su “Sancta Sanctorum”, su precioso estudio; amplio, luminoso, que refleja sus gustos cosmopolitas y artísticos: esculturas de África, fósiles de trilobites recogidos en los Andes, pinturas originales adquiridas en exposiciones de Londres y una gran, grandísima discoteca que prácticamente ocupa la planta y media de la mayor pared de su piso.
Luis no ha podido disolver la ponzoña inoculada por ese raro personaje, y su cabeza claramente está en guerra; “¿Cómo que es relativo? ¿Pero qué hace uno sin profesor? ¿Depende de qué? A ver si podía haber cantado mejor y no han sabido...” -¡Joder!- Luis, como buen español, tiende al temperamento explosivo, y le gusta muy poquito liarse y todavía menos que le líen. Se acercó a su discoteca y casi sin pensarlo, eligió un disco de arias cantadas por Pavarotti y lo puso en su equipazo de marca inglesa…Qué sonido los de la Decca, si es que se puede palpar la acústica de la sala… De nuevo entró en su cabeza el maldito Paulino y su relativismo: “¿Está el Pavarotti demasiado cerca del micrófono?” Recordó que nunca le había oído en directo, pero que le dijeron que no se le oía como… “¿A ver?” Corrió a otro lado de su colección de Cds y comenzó a llenarse las manos de grabaciones…este directo con Bjorling…el de la Callas, el Plácido cómo suena con los tres tenores… Se pasó tres horas en una ensalada de grabaciones de los pasados 50 años hasta que no distinguía una grabación en “mono” de un zapato, y encima se quedó sin sorbetes, que olvidó meterlos en el congelador.
Pero la cosa es todavía peor, porque a Luis Cifuentes le afectó todavía más: ¡Las dudas le asaltaron al canturrear! Lo que no sabíamos es que en su baño o en la cocina, cuando disponía de ánimo y tiempo, uno de los mayores placeres del empresario seguía siendo cantar en privacidad total y… ¡Ahí estaba el maldito Paulino otra vez en su coco, joder! “¿Y a mí que me importa si está bien o lo podría hacer mejor, a ver? ¡Yo hago lo que me da la gana!...o como puedo y me han enseñado…” Se decía Luis en su cabeza, mientras picaba un poco de queso manchego curado en lonchas finísimas, pero no se quedaba tranquilo y no podía seguir cantando.
Los siguientes días al último encuentro pasaron sin comunicación entre ellos, bien porque cada vez que veía a Paulino, el mal humor que todavía sus dudas provocaba al Sr. Cifuentes era grande y prefería esperar a que se le pasase, bien porque era el día libre del portero o simplemente no estaba en su puesto.
Lo que deseaba el vecino Cifuentes era, de una vez por todas, acabar con el discurso de su portero, para desechar ese cúmulo de batallas mentales que le atormentaba en sus preciados momentos privados y quedarse de nuevo tranquilo
La vez que se encontraron, Luis iba de “tranqui”, pero con un tono distante, subidito y prepotente de señor vecino de la finca con el empleado.

Luis.- Paulino, ¿Ha preguntado por mí alguien? Tenían que traerme un paquete por mensajería y…

Paulino.- No. He estado toda la mañana aquí y no he visto mensajero hoy… ¿Le pasa algo conmigo, Sr. Cifuentes? Disculpe que se lo diga así, pero últimamente le veo malhumorado… ¿Le he hecho algo?

Luis.- No, no… ¡Joder Paulino, que no, que no es así! A ver…
El Sr. Cifuentes cerró sus ojos durante un instante para apaciguarse, centrarse y sincerarse, todo ello en una.

Luis.-…Vamos a ver, Paulino, ¿Tú cómo crees que hay que cantar? Vamos, qué has aprendido estudiando sólo que no te hayan enseñado antes, a ver.

El portero se quedó paradito un momento (ya sabemos nosotros porqué), abrió un poquito más sus ojos, miró al vecino rápidamente y con esa mirada se fue a su biblioteca imaginaria del rincón oscuro del portal.

Paulino.- Vamos a ver –suspiró- Sr. Cifuentes, cómo empiezo… ¿Tiene usted un ratito? ¿Si? Pues mire, para empezar le diré porqué dejé de estudiar “académicamente”.
Ya le dije que, según mis profesores y compañeros, todo parecía ir bien, la gente alababa mi voz y mis progresos, incluso mi profesora se ilusionaba incluso con presentarme a algún concurso…pero yo, Sr. Cifuentes veía que hacía demasiado esfuerzo para cantar. No me forzaba la voz, pero cantaba una pieza o hacía una pequeña intervención de un papelito en escena y parecía que había levantado 100 kilos durante media hora. No era normal, y me preocupaba al pensar cómo sería si cantase un buen papel de ópera…
Entonces, una vez, por necesidad circunstancial de tener que cantar en casa para una audición porque el profesor no estaba disponible por vacaciones, y preparándome ahí con mi novia, también estudiante de canto, a través de unas observaciones suyas precisamente, cambiaron para siempre mis parámetros y brújula…

1b. Y qué le desvela Paulino al vecino Luis...de momento



Luis había acertado de lleno. Efectivamente, su portero tenía un pasado oculto. Había sido cantante.

Luis.- ¿Si? Yo también estudié unos años con una profesora ¿Y llegaste a cantar algo?

Paulino.- ¡Ay Sr. Cifuentes, lo mío no fue una carrera de cantante al uso, fue un trotecillo! Hice algunos papelitos pequeños y canté en algunos coros de ópera y oratorio, pero cuando todos esperaban que despegase, lo dejé todo para volver a estudiar canto por mi cuenta, volviendo a empezar de cero…

Luis.- ¿Y eso? ¿No te habían enseñado bien? ¿Dónde estudiaste, en la Escuela Superior de Canto de Madrid?

El portero parecía un poco lento en reaccionar a las preguntas del vecino. Lo que no sabía este es que el retraso para responder de Paulino se debía a un estudio pormenorizado de cada respuesta para adecuarlo y evitar discusiones estériles que tanto le aburrían…

Paulino.- Sí. Allí estuve unos años, y con una profesora particular también…No. No me enseñaron bien. O sí, me enseñaron bien lo que enseñaban, pero llegó un momento que aquello no me convenció, así que decidí estudiar por mi cuenta...

-“Estudiar canto sólo”- Luis no entendía que eso pudiera ser posible…Veía tan necesario que alguien te ayudara, siendo el canto algo tan difícil...Él mismo no pudo hacer…-” No me extraña que no llegara a hacer nada” -“Sólo los profesionales, y no todos, pueden practicar ellos solos, pero es que ellos ya son unos maestros” Parece increíble la cantidad de pensamientos que vuelan en una conversación

Luis.- Pero hombre, es que sin profesor de canto no se puede

Paulino.- -“No, si ya me esperaba algo así”- ¿Sabe que pasa, Sr. Cifuentes? Que cuando uno estudia sólo, no es que no tenga profesor realmente, se cambia un profesor por todos los profesores del mundo. Encuentra uno maestros en estudios de medicina, en la gente de la calle, en los cantantes buenos y en los cantantes malos…Todo vale…Y nada vale. Es uno mismo quien decide qué maestro elegir y en qué momento. Efectivamente no hay profesor que decida por ti que es lo correcto y que no.

Luis.-Ya. ¿Pero cómo elige uno qué cosas son las correctas y qué está mal? Menuda responsabilidad. Mejor que una persona con experiencia y que te está escuchando lo que haces te ayude...Vamos, eso creo yo…Ya le digo que yo estudié canto, pero no tenía voz.

Ahora sí que a Paulino le entró un latigazo de pereza. (si es que la pereza, de natural poco activa, pudiera golpear así…) La cosa es que de pronto le vino la acción responder y la inacción de callar y hacerse el loco.

Paulino.- “Bueno, a ver”-…mmm…Ya sabe, -“espero”- que en esto del canto todo es muy relativo. A veces no es que no se tenga voz, sino que no se pueda “sacar” esa voz por motivos personales, inseguridad o incluso ignorancia de los potenciales propios, o por problemas vocales de emisión previos, o sencillamente que el profesor no ha sido capaz de extraer el potencial del alumno, o solucionar sus problemas vocales, o simplemente es tan incompetente que no lo ve…o todo eso o parte del todo a la vez… ¡Una enorme combinación de factores! Ese es uno de los mayores problemas de cantar, Sr. Cifuentes, que uno se encuentra siempre en arenas movedizas. Todo es relativamente cierto…lo que uno percibe, lo que perciben de él, lo que cree sentir, lo que le hacen creer que siente, la acústica del lugar, el estado anímico…!A veces me marea tanto que me recuerda a un juego de ajedrez, cuando lamentablemente cantar debería ser fácil!

Luis miraba un tanto perplejo y casi descreído a este señor de bigote que hablaba casi sin mirarle, como si leyera desde libros imaginarios escogidos desde el oscuro rincón que su mirada había elegido, aunque cuando callaba y le escuchaba su mirada le escudriñase con atención todos los puntos de su cara amén de los gestos de su cuerpo. También fue inundado por una mezcla de confusión y pereza imaginándose todos esos factores reunidos a la -supuestamente simple- acción del canto, desechando inmediatamente la opción de seguirlo a riesgo de marearse

Luis.- Bueno, bueno, bueno…Con tanto relativismo no se puede hacer nada…Bueno, Paulino, subo pa’ riba, que se me van a descongelar los sorbetes que he comprado. Te veo en otra ocasión.

Y Luis subió a su ático por ese ascensor que debería tener record de longevidad no reconocida en el mundo de ese tipo de maquinaria, y entró a su hogar. Lo que no sabía el Sr. Cifuentes es que había sido picado por el bicho de la curiosidad, y por de pronto, su mente discutía autónoma, primero de manera callada y luego de forma más presente, las ideas inoculadas por su portero contra sus ideas aprendidas en el pasado

1a.- De cómo supo Luis Cifuentes que su portero cantaba

Portal de un edificio de señorío en Madrid. En el ático reside Luis Cifuentes, empresario, melómano empedernido y gran conocedor de la ópera. Asiste frecuentemente a conciertos y a las representaciones del Real. Él mismo estudió canto en sus años de juventud con una reputada cantante, aunque a la vista de los resultados- y que su profesora le dijo que no tenía voz para ser cantante de ópera- se dedicó de lleno a sus negocios, aunque sin perder nunca su gran afición a la música. Guarda todavía la promesa de retomar lecciones de canto, pero todavía no ha encontrado el momento.


En esa finca, a un ladito oscuro del portal trabaja Paulino, su portero, un señor menudo, entrado en los 50, con su bigote, tan cano como ralo, tan ralo como recto. Es un portero amigable y servicial, madrileño de pura cepa.

Luis lleva viviendo en su ático desde hace 5 años, y durante los primeros momentos nunca tuvo ninguna conversación con su portero, salvo los acostumbrados saludos. Un buen día de mayo, Luis regresó del trabajo de muy buen humor. Había conseguido un suculento contrato con una inmobiliaria tras mucho esfuerzo y todo parecía precioso. Sin darse cuenta, entró al portal tarareando “ Un di felice, eterea” de la Traviata y continuó musitándolo más discretamente según avanzaba sus pasos hacia el rancio ascensor del edificio, quizás porque presentía que era escuchado por su portero, que estaba sentado en su puesto leyendo el periódico, y en efecto así fue que le escuchó, como pudo comprobar inmediatamente.

Paulino.- ¡Aaah… ¿Qué bella es la vida cuando todo va bien, verdad Sr. Cifuentes? ¡Qué líneas más largas dibuja Verdi, qué bien hechas!

Que alguien distinguiera de las notas que barruntaba Luis que eso era un fragmento de la Traviata, conociendo un poco de ópera no era notable, aunque quizás sí más notable era que tuviese el oído suficientemente fino como para distinguir sus sonidos y poder identificar la melodía. Pero esa apreciación sobre las líneas de canto… “¿Pero de dónde ha salido este tío?” Todo eso pensaba Luis mientras apretaba el botón del ascensor y respondía con una sonrisa que mezclaba asombro e incredulidad al mismo tiempo…

Luis.- Hasta luego, Paulino.

Paulino.- Hasta luego, Señor Cifuentes

El segundo encuentro de Luis con su portero, a parte de los domésticos, llegó el día que se acordó de él al no poder asistir a su función de abono del Real; ni tenía amigos que pudieran o quisieran usar su asiento, ni había tiempo material para otros por cambiar sus planes de la tarde, así que le vino el comentario de su portero sobre las líneas de Verdi a su mente, y como le caía bien; y otra cosa puede, pero clasista nunca ha sido Don Luis Cifuentes, pues…

Luis.-Hola Paulino ¿Te gusta la ópera, verdad? Tengo una entrada de abono para esta noche que no puedo aprovechar ¿Te interesa? Cantan la… y...

Paulino.- Muchísimas gracias, Sr. Cifuentes, le agradezco muchísimo el detalle, ya había leído el comentario en El País de este montaje, y, sinceramente, voy a pasarlo mal viendo a esos señores haciéndome sufrir con sus esfuerzos canoros y ese montaje tan caprichoso…De veras que se lo agradezco, pero no lo disfrutaría.

Luis.- “¡Pero bueno, sí que es un purista este portero!”- Pensó - ¿No? Bueno, pues nada, no pasa nada, ya buscaré a alguien… ¿Vas al Real a menudo?

Paulino.- ¡Uy, no! Apenas voy. Como le he dicho, me resulta poco gratificante ver representaciones de esas…
Luis.- Bueno, bueno…pues nada, ya se lo daré a otro…Mientras terminaba su frase, el vecino Luis se alejaba del portal, y mientras lo hacía su mente se percató de la voz de su portero… “Buena voz la suya… ¿Habrá sido cantante? Una voz potente y con presencia, rica en armónicos… ¿Será barítono?”

Pasaron los días y la tentación de preguntar a su portero crecía, aunque las ocasiones no se daban; o él no tenía tiempo o pillaba al portero conversando con otro vecino sobre el estado de la escalera…Un día le pilló por banda.

Luis.- ¡Buenas, Paulino!

Paulino.- Buenos días, Sr. Cifuentes. Ya se ha solucionado la avería del agua caliente.

Luis.- Ah, bien…Oye, Paulino… Tú has estudiado canto ¿No?

El portero necesitó un breve – o larguísimo- segundo o dos para responder la sencilla pregunta. En ese tiempo, su mente fue invadida por una tormenta de sensaciones e ideas: “Buf, qué pereza" - "!aaah el canto!" -"¿por dónde empiezo yo? "- "verás éste cómo se lo toma ahora" y: "por qué le dije nada de Verdi, hombre"...

Paulino.-… ¿Yo?...Si. Estudié canto. Hace muchos años ya…