Conversaciones de portería entre un vecino y su portero acerca de la voz y el canto, su relación con la persona y su actitud, y otras extrañas ideas que el portero tiene

1e.- De lo que Paulino piensa sobre el valor en el canto y cuánto importa la actitud a la hora de cantar

A veces la vida hace que el contacto con las personas no sea tan regular como pretendemos, y eso pasó con la conversación del portero y su vecino; vacaciones a París del segundo, solapado con la semana que en su pueblo pasó Paulino para ver a su madre enferma, obligó desplazar la esperada conversación a unos veinte días. Ese retraso es poco conveniente si se trata de mantener una conversación con la tensión adecuada, pero tampoco esto es una clase del cole ¿No? La cosa es que nuestros protagonistas encontraron otro huequito para hablar de su común inquietud.

Paulino.-…Pues Sr. Cifuentes, sobre lo que hablamos el otro día, sobre el miedo o el valor en el canto, le quería decir, primero; que como viene sabiendo cómo pienso, que todo es relativo. Que la misma idea puesta en práctica en cada individuo da resultados enormemente distintos, y si inculcamos a una persona impulsiva (o muy tímida, fíjese) la idea que el valor es necesario para cantar, puede terminar rápidamente con sus cuerdas vocales…
Mire, Sr. Cifuentes, le diré más acerca de la idea del valor en esto…Observe, observe bien a los cantantes…muchos de éstos tienen una actitud de “toreros” frente a la adversidad. Una adversidad que ellos creen, primero frente al público, y segundo, frente a la dificultad vocal que les atenaza. Yo he cantado con compañeros que temblaban en escena en cada momento, que para ellos era una batalla aterradora el acto de cantar en público. Sinceramente, prefiero trabajar en la más aburrida de las oficinas que sufrir cantando, pero que cada cual elija. Lo que le quiero decir con esto, es que la grandísima mayoría de los cantantes no dominan lo que hacen, es el miedo lo que les domina. Por eso siempre los vemos con ese rictus, esa tensión… Pues mire mejor, y verá que su inseguridad hace que tomen más aire que el que deben “por si acaso”, que fuercen más su voz, que canten más fuerte “por si no se les oye”, (ellos disimulan diciendo que lo dan todo cuando están en escena. Se engañan y nos quieren engañar) que hagan su timbre más dramático “por si no se creen que yo soy spinto o lírico-dramático, o barítono-verdiano, etc…” y se lanzan al ruedo con el valor de un mal torero; azuzados por la honra o esperando los vítores al final de la faena. No sienten la seguridad real de hacer correctamente algo, de dominarlo. Me adelanto a usted, Sr. Cifuentes, si me quiere apuntar que nunca un cantante se encuentra al 100% de sus posibilidades cada día, y es verdad, pero hablo de otra cosa. La inseguridad de la que hablo es una actitud, que la verá aunque sólo canten “La cena é pronta”, no hace falta esperar a verla en el “agudazo” de turno. Y oiga, que yo mismo en parte he sido así, que no se piense que lo he logrado vencer. Lo que hago es reconocerlo. No superar esa inseguridad fue una de las múltiples cosas que me hizo dejar de cantar, fíjese. Me resultaba poco honesto no llegar a cantar como debía cada vez que me plantaba en público. Que des a la gente un resultado tenso, falso y temeroso, es algo que todo artista debería evaluar, si en algo estima su trabajo. Pero claro, luego están las alabanzas al inflado ego, y no sé si peor aún, el dinero que conlleva eso, la fama… allá cada cual ¿Sabe?

Luis había permanecido callado todo el rato, tratando de seguir el extraño discurso, tanto por su forma -Paulino no era un orador nato- como por la óptica de su planteamiento- y fue ahora el vecino quien retardó unos segundos su respuesta. Realmente porque no esperaba intervenir, y le pilló desprevenido.

-Luis.-… Pues hombre, eso que dices…La verdad es que estaba pensando repasar algunos vídeos de cantantes por Youtube para ver esos esfuerzos, esa actitud de la que hablas...no lo había pensado…Yo, claro, siempre he achacado esa inseguridad al poco dominio vocal personal…no sé. Es algo de plantearse. Un tema de sinceridad y honestidad.

Era gracioso. Ahora Luis miraba al rinconcito de la biblioteca imaginaria del portal como si buscara algún librito de Paulino al que agarrarse-

-Paulino.- Verá Sr. Cifuentes que no hablo tanto de técnica vocal, sino de actitudes, la raíz de comportamientos. Considero que el acto de cantar es físicamente tan complejo, intervienen tantas cosas en nuestro cuerpo cuando cantamos que, simplemente, no podemos controlarlas de forma directa. El control de esa compleja maquinaria sólo es posible a través de una correcta actitud mental. Cuando me llegó esa idea yo era un “cuasi-científico” del estudio del canto, un “racionalizador”, y me pegó fuerte, me costó digerir el “temita”, la verdad. Emplear actitudes en vez de conocimientos prácticos obliga a una persona como yo a abandonarse, a perder un supuesto control, como creo que le podría ocurrir a usted.

-Luis.- Pues sí. Ya me contarás cómo se pone semejante cosa en práctica. Cómo se respira y se canta un pedazo de aria de Verdi con esas ideas. Vamos, que no lo veo… Pero ya le digo que voy a pensar sobre el tema. Me voy al “super”, Paulino. Hasta luego.

Y ahí se quedó el portero; en su rincón, con una milimétrica sonrisa, mirando su esquina. Ahora no revisaba libros, ahora recogía momentos vividos: instantes que su memoria atesoraba, escenas de descubrimientos y fatigas. Lejos estaban ya de su presente, pero presente fueron en algún momento que impactó en su ser y ahí se quedaron. Dejémosle un ratito a Paulino en su soledad, luego volvemos.

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