Conversaciones de portería entre un vecino y su portero acerca de la voz y el canto, su relación con la persona y su actitud, y otras extrañas ideas que el portero tiene

1c.- De cómo afecta la conversación a Luis Cifuentes y porqué dejó el portero las clases de canto



Luis Cifuentes entra a su “Sancta Sanctorum”, su precioso estudio; amplio, luminoso, que refleja sus gustos cosmopolitas y artísticos: esculturas de África, fósiles de trilobites recogidos en los Andes, pinturas originales adquiridas en exposiciones de Londres y una gran, grandísima discoteca que prácticamente ocupa la planta y media de la mayor pared de su piso.
Luis no ha podido disolver la ponzoña inoculada por ese raro personaje, y su cabeza claramente está en guerra; “¿Cómo que es relativo? ¿Pero qué hace uno sin profesor? ¿Depende de qué? A ver si podía haber cantado mejor y no han sabido...” -¡Joder!- Luis, como buen español, tiende al temperamento explosivo, y le gusta muy poquito liarse y todavía menos que le líen. Se acercó a su discoteca y casi sin pensarlo, eligió un disco de arias cantadas por Pavarotti y lo puso en su equipazo de marca inglesa…Qué sonido los de la Decca, si es que se puede palpar la acústica de la sala… De nuevo entró en su cabeza el maldito Paulino y su relativismo: “¿Está el Pavarotti demasiado cerca del micrófono?” Recordó que nunca le había oído en directo, pero que le dijeron que no se le oía como… “¿A ver?” Corrió a otro lado de su colección de Cds y comenzó a llenarse las manos de grabaciones…este directo con Bjorling…el de la Callas, el Plácido cómo suena con los tres tenores… Se pasó tres horas en una ensalada de grabaciones de los pasados 50 años hasta que no distinguía una grabación en “mono” de un zapato, y encima se quedó sin sorbetes, que olvidó meterlos en el congelador.
Pero la cosa es todavía peor, porque a Luis Cifuentes le afectó todavía más: ¡Las dudas le asaltaron al canturrear! Lo que no sabíamos es que en su baño o en la cocina, cuando disponía de ánimo y tiempo, uno de los mayores placeres del empresario seguía siendo cantar en privacidad total y… ¡Ahí estaba el maldito Paulino otra vez en su coco, joder! “¿Y a mí que me importa si está bien o lo podría hacer mejor, a ver? ¡Yo hago lo que me da la gana!...o como puedo y me han enseñado…” Se decía Luis en su cabeza, mientras picaba un poco de queso manchego curado en lonchas finísimas, pero no se quedaba tranquilo y no podía seguir cantando.
Los siguientes días al último encuentro pasaron sin comunicación entre ellos, bien porque cada vez que veía a Paulino, el mal humor que todavía sus dudas provocaba al Sr. Cifuentes era grande y prefería esperar a que se le pasase, bien porque era el día libre del portero o simplemente no estaba en su puesto.
Lo que deseaba el vecino Cifuentes era, de una vez por todas, acabar con el discurso de su portero, para desechar ese cúmulo de batallas mentales que le atormentaba en sus preciados momentos privados y quedarse de nuevo tranquilo
La vez que se encontraron, Luis iba de “tranqui”, pero con un tono distante, subidito y prepotente de señor vecino de la finca con el empleado.

Luis.- Paulino, ¿Ha preguntado por mí alguien? Tenían que traerme un paquete por mensajería y…

Paulino.- No. He estado toda la mañana aquí y no he visto mensajero hoy… ¿Le pasa algo conmigo, Sr. Cifuentes? Disculpe que se lo diga así, pero últimamente le veo malhumorado… ¿Le he hecho algo?

Luis.- No, no… ¡Joder Paulino, que no, que no es así! A ver…
El Sr. Cifuentes cerró sus ojos durante un instante para apaciguarse, centrarse y sincerarse, todo ello en una.

Luis.-…Vamos a ver, Paulino, ¿Tú cómo crees que hay que cantar? Vamos, qué has aprendido estudiando sólo que no te hayan enseñado antes, a ver.

El portero se quedó paradito un momento (ya sabemos nosotros porqué), abrió un poquito más sus ojos, miró al vecino rápidamente y con esa mirada se fue a su biblioteca imaginaria del rincón oscuro del portal.

Paulino.- Vamos a ver –suspiró- Sr. Cifuentes, cómo empiezo… ¿Tiene usted un ratito? ¿Si? Pues mire, para empezar le diré porqué dejé de estudiar “académicamente”.
Ya le dije que, según mis profesores y compañeros, todo parecía ir bien, la gente alababa mi voz y mis progresos, incluso mi profesora se ilusionaba incluso con presentarme a algún concurso…pero yo, Sr. Cifuentes veía que hacía demasiado esfuerzo para cantar. No me forzaba la voz, pero cantaba una pieza o hacía una pequeña intervención de un papelito en escena y parecía que había levantado 100 kilos durante media hora. No era normal, y me preocupaba al pensar cómo sería si cantase un buen papel de ópera…
Entonces, una vez, por necesidad circunstancial de tener que cantar en casa para una audición porque el profesor no estaba disponible por vacaciones, y preparándome ahí con mi novia, también estudiante de canto, a través de unas observaciones suyas precisamente, cambiaron para siempre mis parámetros y brújula…

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